Discurso del Papa Francisco
al finalizar el Vía Crucis con los
jóvenes
en el paseo marítimo de Copacabana
(Río de Janeiro, 26 de julio de
2013)
Queridísimos Jovenes (y todos)
Hemos venido hoy aquí para acompañar a
Jesús a lo largo de su camino de dolor y de amor, el camino de la Cruz, que es
uno de los momentos fuertes de la Jornada Mundial de la Juventud.
Al concluir el Año Santo de la
Redención, el beato Juan Pablo II quiso confiarles a ustedes, jóvenes, la Cruz
diciéndoles: "Llévenla por el mundo como signo del amor de Jesús a la
humanidad, y anuncien a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay
salvación y redención" (Palabras al entregar la cruz del Año Santo a los
jóvenes, 22 de abril de 1984: Insegnamenti VII,1 (1984), 1105). Desde entonces,
la Cruz ha recorrido todos los continentes y ha atravesado los más variados
mundos de la existencia humana, quedando como impregnada de las situaciones
vitales de tantos jóvenes que la han visto y la han llevado. Nadie puede tocar
la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo
de la cruz de Jesús a la propia vida. Esta tarde, acompañando al Señor, me
gustaría que resonasen en sus corazones tres preguntas: ¿Qué han dejado ustedes
en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha
recorrido su inmenso país? Y ¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes? Y,
finalmente, ¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz?
1. Una antigua tradición de la Iglesia
de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para huir de la
persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida
le preguntó: "Señor, ¿adónde vas?". La respuesta de Jesús fue: "Voy
a Roma para ser crucificado de nuevo". En aquel momento, Pedro comprendió
que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre
todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que
lo había amado hasta morir en la Cruz. Miren, Jesús con su Cruz recorre
nuestras calles para cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros
sufrimientos, también los más profundos. Con la Cruz, Jesús se une al silencio
de las víctimas de la violencia, que no pueden ya gritar, sobre todo los
inocentes y los indefensos; con ella, Jesús se une a las familias que se
encuentran en dificultad, que lloran la pérdida de sus hijos, o que sufren al
verlos víctimas de paraísos artificiales como la droga; con ella, Jesús se une
a todas las personas que sufren hambre en un mundo que cada día tira toneladas
de alimentos; con ella, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por
sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en ella, Jesús se une a
tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas
porque ven egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e
incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del
Evangelio. En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre,
también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su
espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la llevo
contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida
(cf. Jn 3,16).
2. Y así podemos responder a la segunda
pregunta: ¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto, en los que la han
tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Deja un bien que nadie más nos puede
dar: la certeza del amor indefectible de Dios por nosotros. Un amor tan grande
que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da
fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y
salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, su inmensa
misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer.
Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos totalmente en Él (cf. Lumen
fidei, 16). Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos salvación y
redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última
palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de
instrumento de odio, de derrota, de muerte, en signo de amor, de victoria y de
vida.
El primer nombre de Brasil fue
precisamente "Terra de Santa Cruz". La Cruz de Cristo fue plantada no
sólo en la playa hace más de cinco siglos, sino también en la historia, en el
corazón y en la vida del pueblo brasileño, y en muchos otros. A Cristo que
sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros que comparte nuestro camino hasta el
final. No hay en nuestra vida cruz, pequeña o grande, que el Señor no comparta
con nosotros.
3. Pero la Cruz nos invita también a
dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con
misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de
ayuda, a quien espera una palabra, un gesto, y a salir de nosotros mismos para
ir a su encuentro y tenderles la mano. Muchos rostros han acompañado a Jesús en
su camino al Calvario: Pilato, el Cireneo, María, las mujeres... También
nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no tiene la valentía de ir
contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava las manos.
Queridos amigos, la Cruz de Cristo nos
enseña a ser como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado,
como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta
el final, con amor, con ternura. Y tú, ¿Cómo quién eres? ¿Cómo Pilato, cómo el
Cireneo, cómo María?
Queridos jóvenes, llevemos nuestras
alegrías, nuestros sufrimientos, nuestros fracasos a la Cruz de Cristo;
encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos
pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana
nuestra con ese mismo amor. Que así sea.
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